Blanca llanura

Emiliano Quintana I  Daniela Rodi

Muestra conjunta

Juntos proponen un léxico no establecido, revelan un entrecruzamiento de lenguajes y nos muestras sus obras del presente.

Develar los códigos, determinar las asociaciones y organizar las complejidades depende ahora de nosotros.

 

Emiliano Quintana

Las salas del MAC albergan a personajes urbanos, ciudades desplegadas mezcladas con barcos o vehículos que desbordan sus límites de apropiación espacial regular para insertarse (como desparramados después de una tormenta) en los lugares menos previstos para su actuación.

Así, en esa desintegración sustitutiva, Emiliano Quintana provoca imágenes en paralelo, con visibles invasiones de unas cosas con otras, acomodando a su antojo, exhibiendo coordenadas temporo-espaciales únicas.

A veces son ásperas visiones de una urbanidad crítica, de un caos escénico al descubierto, otras presentan un ordenamiento singular en calma, en una convivencia sin tensiones.

Se producen construcciones dentro del derrumbe, donde permanecen partes de edificaciones se plantan otras que dan lugar a una geografía constructiva diferente y arbitraria.

Los calados ofician de transparencias en un paso claro del formato del cuadro a la libertad de la superposición, dejando marcas a modo de estampas callejeras en el terreno visual. Aparece un personaje neutralmente blanco, que pareciera se puede repetir en la urbe, como huella de una presencia constante.

Dueño de una particular manera de encausar el dibujo, sorprende con su ejecución, presta atención como si estuviera armando un puzzle de un universo representativo de objetos múltiples, a la vez que desarrolla una ambigüedad ilusoria en la disociación provocada. Brinda de este modo nuevas apariencias, y una relatividad autorreferencial manifiesta.

Emiliano Quintana está mostrando una etapa de transición  desde sus “Guardianes” a estas nebulosas construcciones.

Hay en estas obras una especie de ilusionismo pictórico-dibujístico que propone “trampas” a las referencias y nos pone al límite de una reconstrucción lúdica.

 

Daniela Rodi

Daniela Rodi trae a nuestras salas el dibujo textil como un desafío en apariencia sencillo para ella, pero no es así, ya que se nota de inmediato que a la vez aparecen la pulsión creativa tanto como la constructiva y esa yuxtaposición es producto de su individualidad, es decir de su original y compleja manera de dibujar con hilos y telas.

La percepción de lo sensorial acude de inmediato ante sus obras y lo que aparece como ornamental en otro contexto, aquí asume una peculiar existencia en tanto posibilidades múltiples que le da su autora, desde tramar las composiciones hasta el armado del collage aplicado a la tela de base.

Daniela Rodi produce imágenes resueltas con particulares referencias  donde se da una inmanencia semántica modificada y superpuesta, en una especie de proyección de concepto, material, proceso y relato visual, que se funden circularmente sin privilegiar ninguna instancia del recorrido.

Una serie de ramas con capullos y brotes en agonía, se avizora como tema permanente, y se asoma así  la metáfora del final de todo ser vivo, con la muerte del fruto la artista nos enfrenta a lo ineludible. Aunque algunos tengan retoños y sus bulbos se reproduzcan en un intento de renacer, un instante de resurrección posible, como aferrando a la vida aquello que inevitablemente morirá.

En este relato del final de la vida de un jardín, Rodi recrea sus propios procesos internos y su relación con el doloroso espirar de la muerte, que canaliza a través de la utilización de materiales que le son conocidos desde su infancia y que siempre manipuló y manejó a su antojo, esta no es la excepción ya que les ha dado y ha logrado un redescubrimiento en ellas, hasta ofrecer desde allí un lenguaje visual certero por el placer que le producen las telas.

Hay algo de ritual manifiesto en estas obras, donde la imaginación lucha con sus propios límites, confronta y se libera y descubre en lo profano.

Lic. Stella Arber

Directora MAC UNL