Trompo

Milo Lockett

CELEBRACIÓN DE LA VIDA

Medias rayadas en los pies infinitos de una saltarina, mallas diminutas en los obesos cuerpos de dos bañistas mellizas, que se miran de soslayo, una corbata anudada al cuello determinando otra posición en el mundo, son algunas de las imágenes que nos muestra Milo Lockett, son muchas más, son cantidades, todas en un acorde constructivo de color, forma y ubicación en el espacio que lo determinan como un artista de nuestro tiempo.

Una vitalidad incontenida, como cataratas de dichos, voces, frases y palabras actúan generalmente como fondos contenedores de cada figura. Una cortina textual que cobija a los personajes y arma para ellos un entorno, un anclaje con datos variados que conectan lo que vemos con lo que Milo nos relata casi en broma, a veces con sorna se burla de sí mismo con frases usadas como recursos visuales.

El tratamiento espacial se subleva continuamente, vuelos audaces, saltos al vacío, corridas o vaivenes de caminantes, transforman el espacio circundante en apropiaciones geográficas múltiples. Como resabios de una tormenta, la acomodación de los elementos es arbitraria, se suceden, están allí indicando que importan pero sin orden, ni continuidad. Rondan vagabundos por el espacio todo, flotan hasta dar con su lugar,  en el asombro de los ojos luminosos que dan a cada rostro una pulsión de vida fuerte y contundente, casi celestial.

Vertiginosa dinamia, con un itinerario visual eufórico pero que se equilibra por resistencia y evita la desintegración de la escena. Se nota en su despliegue la variedad de funciones múltiples que compiten y se someten entre ellas. Rostros y huellas de un voluptuoso laberinto, gestado de impulsos y equilibrios. Paisajes entrañables de una vívida memoria, componen este cosmos, entregando una potente dosis de poesía, sumergiéndose en un espiral espacial que va datando desde el fragmento, lo simbólico profundo de cada aporte.

Así, frente a las obras de Milo Lockett sólo podemos de un golpe de mirada, saber de inmediato que estamos frente a un escenario lúdico, donde el juego del artista, sus personajes y sus visiones, (todas ellas obligadas a una síntesis esencial) tienen lo sígnico como atributo consciente de un registro pictórico elaborado, ofrece en directo el goce salvaje del asombro que se manifiesta en su pintura y de la celebración como filosofía y estado habitual de vida.

Las jerarquías pierden el tiempo con Milo, todo importa, todo está allí. Cada escena es una historia contada de varias maneras, donde la palabra, el gesto, el color y la forma son consecuentes y ocupan un lugar. Nadie podría decir cual cobra mayor importancia, el impacto visual es certero.

Algunos datos o imágenes están invertidos de su lectura habitual como dando cuenta que la inercia se apodera de los cuerpos y la gravedad se suspende, para dar curso a la imaginación del artista.

Sus figuras introducen el color completo, saturado, plantado allí con la vehemencia del contraste absoluto, se yerguen o se hunden entre planimetrías contundentes y manifiestas.

Hay una fuerte irrupción del sujeto en todas las obras de este artista, sujetos como centro del accionar visual, poblados de repentinos y azarosos movimientos, de trazos y grafismos que en acumulaciones capturan y narran el propio acontecer. Entre regueros de signos, va definiendo en secreta complicidad, la misteriosa presencia de los seres, evocando permanentemente lo humano reconocible. Enmarañados en los puntos de vista cambiantes, que se burlan de la continuidad del plano y  se enredan en su propio argumento, saliendo y entrando de cada escena, sin poder determinar nunca, un punto de partida y menos aún un lugar de llegada. Pareciera que la urgencia expresiva y volcánica de Milo, produce como una eclosión, así captura, elabora, crea y por sobre todo disfruta, consagra las imágenes a esa celebración constante y profunda, donde la elocuencia y la sinceridad vociferan expandiéndose para hacerse escuchar.

Todo indica que la naturaleza sigue su curso cuando vemos una obra de Milo, casi como en un sueño se suceden los hechos y la continuidad alberga a las escenas. Sus personajes cobran vida, se apresuran algunos de ellos, y como matando el tiempo, corren en un arrebato de inconsciente inmadurez, contemplando desde su escenario, el mundo que les tocó, apenas mueven sus ojos, pero lo abarcan todo, observan curiosos, sobrecogidos, atemorizados, todas las sensaciones humanas se suceden frente a ellos. Nosotros entonces así los vemos también y ya han conseguido robarnos el corazón, nos hacen tomar partido, nos dejan sin respuesta, sólo sabemos que estamos allí dentro, en la escena lograda y transmitida. Sus anuncios, simples e inesperados nos anudan a la obra y ya no podemos despedirnos.

Pareciera que en la dinámica activa plena que tienen estas obras, debieran emitir sonido, de alguna manera esto sucede, los vibrantes colores, la elocuencia directa de cada personaje en la escena, la textura visual concreta, todo a la vez, dan una rítmica vibración que hacen que uno sienta unos acordes, unos rumores, sonidos y zumbidos. Tal vez la pasión y el entusiasmo que las iluminan terminan produciendo el acompasado sonido de lo armónico.

Las fisuras de lo académico, son uno de los distintivos de Milo, es permanente el romper con el deber ser, con lo pautado en los códigos pictóricos salidos de las teorías de las Artes Visuales.

Se evidencia claramente un salto al vacío con lo preestablecido, una nueva manera de narrar, una nueva forma de crear imágenes con las fronteras desbordadas, la pintura cohabita con el diseño sin demarcar ribetes. No es necesario, la modestia de cada escena los vincula y merodea cercano el Animé,  el Street Art y por sobre todo el Art – Brut con su primitivismo asumido desde la independencia concreta.

Emparentado con la simplicidad y el rasgo infantil, el artista se juega a pleno con esta impronta, cuidando que no se cuele la formalidad ni la solemnidad, así mantiene a raya, el posible ingreso de lo serio y acartonado, para dejar libre, dar rienda suelta a sus logradas escenas.

Se observan códigos sígnicos esenciales en estas obras, despertándonos sentimientos y vibraciones evocadoras, todos efectos ligados a las emociones auténticas. Es evidente el aprovechamiento de las posibilidades expresivas de las formas, los colores y su coordinación conjunta en el plano.

Esto se debe probablemente a la identidad genuina que aflora con Milo, dada por la pura subjetividad implícita y el auténtico valor de relativizar las grandes pronunciaciones, es decir que sin pretensiones ni artificios, logra contemplar el mundo, pensarlo, analizarlo y simplemente representarlo.

Queda en nosotros, que seamos capaces de librarnos a la contemplación sin reservas, sin preguntas ni esperanza de respuestas, sólo queda intuir, dejarse afectar, y poder percibir la curiosa paradoja de que en la libertad de lo simple, lo tenemos todo.

Lic. Stella Arber

Directora MAC UNL