Clima

Otra mirada sobre las tormentas que azotaron Santa Fe

Martes 10 de marzo de 2015 / Actualizado el martes 10 de marzo de 2015

Dos investigadores de la UNL analizan, desde diferentes disciplinas, las intensas tormentas que castigaron a Santa Fe. Sistemas meteorológicos poco frecuentes y el efecto de la pérdida de bosques nativos en el sistema hídrico provincial.

La última semana de febrero estuvo marcada por intensas lluvias. En seis días cayeron 324mm de agua que se sumaron a los que habían dejado las fuertes precipitaciones registradas en todo el mes. El dato no debería sorprender. Febrero es un mes tradicionalmente húmedo y está dentro de la temporada de lluvias que se extiende hasta abril.

Algunas tormentas, sin embargo, registraron una intensidad superior a la de otros años y entran en la categoría de poco frecuentes. “Las lluvias ocurridas el 25 de febrero y 3 de marzo no son extraordinarias pero sí poco frecuentes. En esta época del año, donde las condiciones meteorológicas se mezclan y se pueden ver masas de aire típicas de verano que son cálidas, húmedas y muy inestables, con condiciones típicas de otoño, húmedas pero un poco más frescas, se suele producir la combinación de ambas situaciones generando sistemas de tormentas que pueden llegar a ser fuertes o severos”, explicó el ingeniero Ignacio Cristina, miembro del Centro de Informaciones Meteorológicas (CIM) de la Facultad de Ingeniería y Ciencias Hídricas de la Universidad Nacional del Litoral. “Lo que ocurrió esos días fue la combinación de esas dos condiciones meteorológicas asociadas con el avance de un frente frío que lo que generó sistemas convectivos capaces de producir lluvias abundantes”.

La culpa la tiene la convectividad

La palabra clave, que todo santafecino debe sumar a su léxico meteorológico diario (amén de los alertas) es “convectivo”. En meteorología se conoce como un sistema convectivo a una perturbación mesoscálica, es decir de pocos kilómetros de extensión, que por lo general está asociado a un sistema de baja presión, o de tormenta más regional, y que está formado principalmente por una aglomeración de nubes de desarrollo vertical con mucha energía (cumulus nimbus), que coexisten con otra masa nubosa más estratiforme (Nimbus stratus). Cuando están combinadas producen lluvias débiles a moderadas continuas con picos de eventos de alta intensidad, produciendo durante estos eventos abundantes caídas de agua en cortos lapsos de tiempo, que pueden variar desde los pocos minutos a varias horas. Cristina explicó que estos sistemas tienen dos fases: una de descarga, cuando se desprende de su mayor potencial de lluvia, y otro de recarga, donde a pesar de tener un alto grado de inestabilidad, se realiza el proceso de recarga de humedad, y se puede producir una tormenta importante con descargas eléctricas y vientos fuertes, pero sin precipitaciones.

La situación más desfavorable es durante el verano, cuando los sistemas convectivos poseen grandes dimensiones y se encuentran en su fase de descarga. Esto fue exactamente lo que sucedió la semana del 25 de febrero. A pesar de la intensidad y de que se trate de hechos poco comunes, Santa Fe registra otras lluvias importantes en un día, como sucedió en abril de 2013 que llovieron 135.8mm, o en marzo de 2009 con 143.2mm, marzo de 2007 con 146.5mm, u octubre de 2002 con 129.3mm, según datos del CIM-FICH-UNL. Y la lista sigue y sigue.

“Este tipo de fenómenos se ha dado siempre en esta época del año, no nos tenemos que olvidar que desde finales de septiembre y octubre, comienza la temporada de lluvias en esta región, la cual se extiende hasta marzo/abril y a veces hasta mediados de mayo”, destacó el experto.

Escurrimiento, tala y soja

Visto desde el suelo, el tema de las lluvias tiene otra lectura y otra palabra clave: escurrimiento. “Al caer al suelo la lluvia se escurre y dependiendo del tipo de cobertura que tenga el mismo, será mayor o menor. No es lo mismo la cantidad de agua que escurre en una zona boscosa, que la que escurre en una zona de siembra, y mucho menos la que escurre en una ciudad, donde predominan las grandes superficies impermeables. Al margen de esto, el escurrimiento también está muy afectado por la intensidad de la lluvia. Si la misma es débil tendrá mayor posibilidad de infiltrar si el suelo lo permite, pero si la lluvia tiene una alta intensidad, lo más seguro es que no infiltre y escurra casi su totalidad”, sostiene Cristina.

El Ing. Carlos D´Angelo, docente e investigador de la Facultad de Ciencias Agrarias (FCA) de la UNL señala que tanto la deforestación como la fragmentación y la degradación de los bosques influyen sobre el clima y afectan el ciclo hidrológico. “Estos fenómenos pueden promover la pérdida de biodiversidad y aumentar la probabilidad de que ocurran procesos erosivos que muchas veces son irreversibles”.

Los bosques tienen varias funciones, pero una de las más importantes es la de amortiguar el impacto directo de la radiación térmica sobre el suelo. Al talarse los árboles, se elimina esta cubierta protectora generándose un efecto en cascada que termina por afectar a todo el ecosistema. En este sentido, el impacto directo de la radiación solar modifica la temperatura del suelo al producir una evaporación acelerada del agua superficial. El suelo sin la cobertura del bosque queda expuesto al impacto de las gotas de lluvias y a la erosión superficial consecuente.

D´Angelo destaca que el crecimiento demográfico, la expansión de las áreas urbanas y el incremento global de la demanda de alimentos, modificó  el uso de los suelos, derivando, frecuentemente, en situaciones no sustentables. “De acuerdo a estimaciones del Banco Mundial, mientras una cuarta parte de la población del mundo depende directa o indirectamente de los bosques, hay estudios que indican que en los tres últimos siglos el promedio de deforestación anual a escala mundial fue de 6 millones de hectáreas, una buena parte de las cuales se destinaron a actividades agrícolas y  ganaderas”.

En el caso de la provincia de Santa Fe, la tasa anual de deforestación es superior a la del promedio mundial y a la correspondiente a otras provincias argentinas también afectadas por este proceso (como Chaco, Formosa, Salta y Jujuy), provincias en las que también se registraron problemas con el agua. En este contexto, D´Angelo explicó que el reemplazo de los bosques nativos por una agricultura centrada en su mayor parte en el monocultivo de soja, es particularmente crítico. “Las áreas de bosques no solo carecen de aptitud para un uso agrícola continuado, sino que al cesar la actividad agrícola por falta de rentabilidad, los ecosistemas modificados frecuentemente no retornan al estado del bosque original sino a ecosistemas significativamente más pobres e improductivos”.

Sin bosques y con el suelo totalmente modificado por las siembras intensivas, no es de sorprender que todo el sistema de suelos haya modificado los causes por donde se escurría el agua en la provincia, así como la infiltración del agua a en esos suelos. La situación se torna más preocupante si se producen tormentas poco frecuentes que descargan gran cantidad de agua en un suelo que ya venía recibiendo muchas precipitaciones, como ocurrió en febrero.

"Una parte del problema que estamos padeciendo respecto del agua y su impacto, no sólo en el ámbito urbano sino también en el rural, no es posible de controlar. Tiene que ver con la dinámica de los ciclos hidrológicos afectada por factores que ocurren a nivel planetario”, indica D’ Angelo. “Pero hay otra parte que sí es posible manejar y de la que debemos considerarnos responsables. Esto tiene que ver con el ordenamiento racional del territorio, en gestionar un uso del suelo acorde a la receptividad de las diferentes zonas, en el desarrollo de una infraestructura vial, de canales, etc. que no agraven los problemas derivados de las lluvias excepcionales, en procurar, en suma, que ese ordenamiento del territorio tenga una correspondencia directa con lo que éste puede sostener, en el marco de la equidad social que es debida”, concluyó.

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