Día de la Mujer

Una revolución puertas adentro

Sábado 7 de marzo de 2015 / Actualizado el domingo 8 de marzo de 2015

La inserción de las mujeres en el ámbito público no es acompañada por una redistribución de las tareas domésticas, lo que genera una sobrecarga en las que trabajan en el mercado laboral, y deja en las sombras el rol del ama de casa como agente económico.

Limpiar, lavar y arreglar la ropa, preparar los alimentos, hacer las compras, hacer reparaciones y mantenimiento del hogar, cuidar de los chicos, enfermos o adultos mayores de la familia, ayudar en las tareas escolares; encabezan apenas una larga lista de acciones cotidianas, que no se reconocen como lo que en realidad son: trabajo. A nivel nacional, recién el año pasado se conocieron datos sobre la magnitud de ese trabajo no remunerado, al que según la encuesta del Indec, las mujeres dedican seis horas y media al día, el doble que los varones. Esos, y otros datos, resultaron de consultar a 26.464.831 personas de 18 años y más de edad residentes en hogares particulares de localidades de 2 mil o más habitantes de todo el territorio nacional. El estudio es representativo de una situación que con matices se repite en todo el país, y que arroja que el 88,9 por ciento de las mujeres realiza esas tareas no remuneradas, mientras que el promedio masculino es del 57,9 por ciento.

“El trabajo remunerado nos da autonomía económica de las mujeres y esa es la base de nuestra libertad. El problema es que caímos en una nueva trampa del patriarcado porque democratizamos el acceso al ámbito público, pero no se ha democratizado el doméstico por lo que las mujeres trabajamos hoy mucho más que lo que trabajaban las generaciones anteriores. En el trabajo fuera de casa obtenemos la autonomía económica, en el mejor de los casos, pero luego viene otro trabajo que sigue sin visibilizarse y no entra en las estadísticas, que sigue cayendo sobre la espalda de las mujeres”, sintetiza la docente, investigadora y extensionista de la Facultad de Ciencias Económicas, Fernanda Pagura.

Aunque la encuesta de Indec y otros estudios puntuales –en Rosario y el Gran Buenos Aires– comienzan a generar datos para hacer visible el trabajo no remunerado, Pagura cuestiona que “esas primeras estrategias de medición del uso del tiempo en el ámbito doméstico, si bien permiten visibilizar el trabajo, que hacemos casi el 90 por ciento de las mujeres, aún no se las lee como un aporte a la economía global. En el PBI por ejemplo, el trabajo no remunerado no aparece, sino que se mide el trabajo regulado en el marco de la economía formal”. 

365 días, 24 horas diarias

Un factor que incide en el aumento o disminución de esa inversión de tiempo es si la mujer tiene hijos o una pareja: “paradójicamente podríamos pensar que cuando hay más de un adulto responsable en la familia, las horas de trabajo de cada uno son menos, pero resulta que las mujeres solas que son jefas de hogar con hijos trabajan menos que cuando tienen una pareja masculina”. En este sentido, del estudio surge que las mujeres divorciadas ganan para ellas una hora y medio promedio en relación con las convivientes, mientras que entre los hombres divorciados aumenta la proporción de trabajo doméstico.

El sostén de esta distribución de las tareas son fuertes mandatos sociales, roles establecidos que asignan a los varones el rol de proveedores del hogar, con una fuerte inserción en el ámbito público; mientras que las mujeres están referenciadas a las labores domésticas y de cuidado. En ambos casos, los estereotipos deberían ser puestos en cuestión. En este sentido, Pagura sostiene que si bien en los últimos años comienzan a percibirse cambios “los varones no terminan de responsabilizarse en las tareas domésticas, que se siguen percibiendo como propias de las mujeres, por lo que no puede haber una democratización, que implicaría paridad en la distribución. La idea de que es el hombre quien debe proveer al sostén del hogar, es también un mandato social muy fuerte asociado a un trazo de masculinidad que también hay que revisar”.

El sexismo que subyace en las metodologías de las encuestas que introduce como variables el ser varón-mujer –dejando de lado otras experiencias genéricas– deja fuera de este cuadro de situación a las parejas y familias homoparentales. Al respecto, Pagura conjetura que “podemos suponer que en estos modos de ser familia, la distribución desigual se puede estar dando entre la persona cumple un rol de proveedor del hogar, mientras su pareja acumula mayor cantidad de tareas domésticas. Pero son conjeturas, puesto que no hay estudios empíricos al respecto”. 

Trayectorias laborales

Cuando se analizan estos indicadores por clase, Pagura señala un fenómeno sobre el que sí existe una mayor reflexión: entre las mujeres más pobres las trayectorias laborales aparecen intermitencias ocasionadas por la necesidad de ingresar y salir del mercado de trabajo, en función de que alguien más –otra mujer de la familia, generalmente– pueda colaborar en la crianza de los hijos: “Su trayectoria laboral queda fracturada, sin densidad, con escasas posibilidades de crecimiento”.

En otros grupos sociales, por ejemplo entre mujeres de clase media que accedieron a estudios universitarios, se generan a causa de esta doble jornada, desigualdades en las posibilidades de desarrollo profesional: “el momento de despegue en la pirámide organizacional de la carrera de investigación por ejemplo, coincide con la etapa reproductiva de las mujeres, por lo tanto los varones despegan más rápido mientras que las mujeres que deciden tener hijos pueden encontrar dificultades para progresar en su trayectoria laboral”.

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