La ciencia y su dimensión humanística

Una faceta importante de la ciencia es la producción de conocimiento nuevo, pero no es la única. Plantear problemas forma parte de su desarrollo, aún cuando no se encuentren respuestas inmediatas ni aplicaciones prácticas a esas respuestas. Tal vez en el planteo de un problema esté el eje de toda práctica científica.

Las ciencias sociales y humanas tienen el valor agregado de ser disciplinas que estudian las acciones e ideas de las personas, indagando de modo crítico sus actos sobre y con los demás y las concepciones del mundo. Son las disciplinas que se ocupan de humanizar la labor científica.

Rodrigo Altamirano es agente penitenciario y se recibió de sociólogo. Estudió en la cárcel junto a los presos.

«Mi tesis es sobre educación en contextos de encierro. Aproveché el haber vivido en persona esta experiencia tan única. Yo veía en las bases de datos que muchos de los internos no tenían ni secundario completo, a veces ni el primario. Entonces pensé que mirar lo que logra la educación, analizar su importancia, era un buen tema para la tesis»

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A lo largo de la historia algunos se preguntaron cómo resolver un dilema teórico o un problema práctico, pero otros fueron un poco más allá y se preguntaron por las consecuencias de tales o cuales avances de la ciencia. Esas preguntas ponen en escena al contexto donde la ciencia se desarrolla, donde se reconoce a las personas y al medio social y ambiental que no será ajeno a los beneficios o desastres que la ciencia producirá. Y eso también es hacer ciencia: preguntarse por los posibles impactos del saber, más allá del laboratorio o la biblioteca donde se descubra o se invente algo nuevo.

Esta dimensión ética (que no es lo mismo que “moral”) se opone a una concepción histórica que hemos heredado, donde la ciencia siempre fue, es y será beneficiosa por sí misma y en todos los ámbitos. Pero debemos saber que ésto implica la suspención de nuestra reflexión, y de una evaluación sobre las propias acciones como investigadores. Cuando estudiemos una carrera no necesariamente nos enseñarán sobre su importancia, pero debemos saber que existe.

En los años 60 y 70, y en el marco de gobiernos democráticos, varios científicos e intelectuales de Argentina y Latinoamérica se preguntaron por esta dimensión de la ética de la ciencia en los países menos desarrollados. Físicos, filósofos, agrónomos, sociólogos, ingenieros, médicos, escritores, economistas, artistas… debatían sobre los impactos de la investigación local pero financiada con fondos de países desarrollados, sobre la fuga de cerebros a otras naciones, sobre la explotación de recursos naturales en nombre del avance del conocimiento… En síntesis: se preguntaron qué investigamos, cómo lo hacemos, por qué, para quiénes y con qué fines.

En esos grupos interdisciplinarios de científicos y pensadores se identificaron muchos factores que debían atenderse en materia de desarrollo científico. Uno de ellos es el reconocimiento otras personas implicadas indirectamente en el proceso de producción de conocimiento científico. El desarrollo de la ciencia local debería traducirse en el desarrollo económico y cultural de un país, y para ello es necesario que todos los ciudadanos (científicos y no científicos) sepan de qué se trata este proceso y participen en él. A esto se le llama Democratizar el conocimiento. Te acercamos una entrevista a Sara Rietti y Alicia Massarini para ampliar este concepto.

Actualmente, Sara Rietti es una de las principales representantes de este planteo a nivel nacional. En la siguiente entrevista amplía sus ideas al respecto, hablando del contexto en el que surgió esta propuesta, su estado actual y sus proyecciones.

TECtv. Mujeres de ciencia. Entrevista a Sara Rietti.

 

 

Científicos Industria Argentina

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Cuando hablamos de observar la dimensión humanística del conocimiento científico nos referimos al examen ético de aquellos progresos surgidos en las fronteras del conocimiento. Ser científico, entonces, no se agotaría solamente en ser experto en un área del saber. También es lícito preguntarse por las consecuencias que hace nuestro aporte como científicos en un espectro más amplio.

Por ejemplo, esta ropa que estamos usando ahora mismo, mientras leemos esto, posiblemente fue hecha gracias a los avances de la ciencia (en textiles, agronomía, economía, telecomunicaciones…), y por eso es cómoda, accesible y barata. Pero también seguramente fue hecha en otro país, uno empobrecido. Sus ciudadanos viven en talleres como esclavos, sin acceso a la salud, a la educación ni a la vivienda. Están expuestos a enfermedades generadas por los químicos que emplean para producir y tratar la materia prima a bajo costo. Esta ropa, junto con muchas cosas que usamos y consumimos desesperadamente, es de bajo precio, pero porque otros ya pagaron el costo real. En este orden de cosas, lo que consumimos tal vez no sea solamente ropa o productos de bajo costo, sino la vida de las personas implicadas en su producción. Porque aunque no nos enteremos o no nos importe, todo lo que que usamos fue hecho por manos, tiempo y vidas humanas…

 

El costo real (2015), dir. Andrew Morgan.