Nostalgias
Cómo festejar el Día del Estudiante: La Farándula
Miércoles 24 de septiembre de 2003
En los ’60, el 21 de septiembre se festejaba con un desfile de carrozas construidas por estudiantes secundarios. Calle San Martín se transformaba con un evento único que atraía a toda la ciudad. Recuerdos de ex alumnos de la Escuela Industrial Superior.
A partir de la década del 80 y hasta hoy, pensar en los festejos del Día del Estudiante es hablar del pic–nic en el Parque del Sur, el paseo por la Costanera, o el día en la quinta de un compañero del curso. Pero si hacemos un poco de historia, veremos que allá por la década del ‘60, el 21 de septiembre tenía un significado especial no sólo para los estudiantes, sino para toda la ciudad de Santa Fe. Así lo piensan, al menos, quienes participaron en La Farándula.
“Formábamos una gran comunidad, y lo vivíamos como una verdadera fiesta”, afirma Jorge Basílico, actual director de la Escuela Industrial Superior (EIS). “A pesar de que trabajábamos muy duro, La Farándula era sinónimo de diversión, entusiasmo, emoción y voluntad”, agrega el ex alumno de la EIS egresado en 1971.
La Farándula era uno de los eventos sociales más esperados del año en Santa Fe. El desfile de carrozas por calle San Martín congregaba a gente de todas las edades, pero sobre todo a estudiantes secundarios, y especialmente a los chicos de la EIS.
Con la comisión armada y toda la escuela abocada a La Farándula, la emoción estaba garantizada. Los relatos cuentan que todos los profesores colaboraban cediendo horas de clases y ponían a disposición de los chicos los talleres de la escuela. Por su parte, los alumnos corrían por toda la escuela tratando de conseguir los materiales necesarios para el armado de las carrozas. “La única vez que fui preso fue por La Farándula”, confiesa Lovuolo. “Nos faltaba papel para engrudar el material y salimos a pedir a los vecinos. Eran las 11 de la noche, y como en el barrio nadie tenía más nada, sacamos los carteles de la publicidad paga de la calle. Cuando pasamos por la Seccional Tercera... terminamos presos”.
Las carrozas eran diseñadas con el máximo cuidado y nada quedaba librado al azar: las estructuras de hierro, las instalaciones eléctricas que llevaban por dentro, los millones de maderitas que tenía la fachada de la recordada réplica de la Torre Eisffel y hasta la altura que debían tener para no chocarse los carteles de los negocios o los árboles en las calles de la ciudad.
“Cada carroza tenía su nombre y era comandada por varios alumnos. Había algunas que involucraba la participación de cientos de chicos, como cuando hicimos El Mundo Romano. Pero la vez que más me divertí fue cuando hicimos la ballena Moby Dick –cuenta nostálgico Basílico. Yo iba adentro de la carroza, y en el hueco que habíamos dejado para que la ballena respirara, puse una máquina de fumigar cargada con agua e iba mojando a la gente”.
Transportadas por los tractores de la Municipalidad, las carrozas pasaban ante la admiración de todos los santafesinos. Una vez terminado el desfile, la Asociación de Amigos de Calle San Martín –que organizaba el evento– entregaba un premio recordatorio a la escuela ganadora. “Más allá de que ganamos todos los años, no nos importaba el premio. El festejo era juntarnos en la puerta de la escuela para hacer lío, y no tener clases al otro día. Nuestro premio era no tener clases”, finaliza Basílico.
Por ahora, lamentablemente, La Farándula permanece en el recuerdo de todos, pero se debe rescatar estos acontecimientos que en el pasado hicieron felices o destacaron a una generación, por su decisión, por su voluntad, por su compañerismo y solidaridad, por el entusiasmo puesto en el trabajo y porque hoy, gracias a ellos, podemos recordar un acontecimiento único. Tal vez –Á‚¿porque no?–, podría pensarse en recuperar aquellos días en que Santa Fe, al menos una vez al año, era de los jóvenes. Era una ciudad de todos y para todos.
“Formábamos una gran comunidad, y lo vivíamos como una verdadera fiesta”, afirma Jorge Basílico, actual director de la Escuela Industrial Superior (EIS). “A pesar de que trabajábamos muy duro, La Farándula era sinónimo de diversión, entusiasmo, emoción y voluntad”, agrega el ex alumno de la EIS egresado en 1971.
La Farándula era uno de los eventos sociales más esperados del año en Santa Fe. El desfile de carrozas por calle San Martín congregaba a gente de todas las edades, pero sobre todo a estudiantes secundarios, y especialmente a los chicos de la EIS.
Lo que no se veía
“Preparar el desfile no era tarea fácil. Todo comenzaba con la elección del tema en torno del cual las carrozas tomarían vida: Las Siete Maravillas del Mundo, El Mundo Romano, entre otros, fueron algunos de los temas más recordados”, relata nostálgicamente Ángel Lovuolo, ex alumno de la escuela y actual profesor del Área de Química. “Una vez resuelto el tema, se formaba una comisión de alumnos –generalmente de 6Á‚° y 7Á‚° año– que dirigía la construcción, el armado, el diseño y todo lo que era necesario. Era como una sociedad romana: los que integraban esa comisión eran los dueños de la escuela, y todos los chicos de los grados inferiores, los respetábamos y queríamos ser como ellos”, explica Lovuolo.Con la comisión armada y toda la escuela abocada a La Farándula, la emoción estaba garantizada. Los relatos cuentan que todos los profesores colaboraban cediendo horas de clases y ponían a disposición de los chicos los talleres de la escuela. Por su parte, los alumnos corrían por toda la escuela tratando de conseguir los materiales necesarios para el armado de las carrozas. “La única vez que fui preso fue por La Farándula”, confiesa Lovuolo. “Nos faltaba papel para engrudar el material y salimos a pedir a los vecinos. Eran las 11 de la noche, y como en el barrio nadie tenía más nada, sacamos los carteles de la publicidad paga de la calle. Cuando pasamos por la Seccional Tercera... terminamos presos”.
Como profesionales
“Todo era hecho con decisión y nuestra participación no tenía límites. Nos pasábamos horas y horas en la escuela. Teníamos clases durante todo el día, y después nos quedábamos a trabajar toda la noche”, sintetiza Jorge Reinhermer, ex alumno de la escuela y actual director del Programa de Lactología Industrial de la Facultad de Ingeniería Química (FIQ).Las carrozas eran diseñadas con el máximo cuidado y nada quedaba librado al azar: las estructuras de hierro, las instalaciones eléctricas que llevaban por dentro, los millones de maderitas que tenía la fachada de la recordada réplica de la Torre Eisffel y hasta la altura que debían tener para no chocarse los carteles de los negocios o los árboles en las calles de la ciudad.
“Cada carroza tenía su nombre y era comandada por varios alumnos. Había algunas que involucraba la participación de cientos de chicos, como cuando hicimos El Mundo Romano. Pero la vez que más me divertí fue cuando hicimos la ballena Moby Dick –cuenta nostálgico Basílico. Yo iba adentro de la carroza, y en el hueco que habíamos dejado para que la ballena respirara, puse una máquina de fumigar cargada con agua e iba mojando a la gente”.
El día “D”
Y por fin, después de tanto trabajo, llegaba el 21 de septiembre. “El desfile se hacía el Día del Estudiante, fuera o no, fin de semana. Tipo 7 de la tarde, la gente se reunía en calle San Martín, que todavía era doble mano y era el escenario de los grandes eventos de la ciudad”, explica Lovuolo.Transportadas por los tractores de la Municipalidad, las carrozas pasaban ante la admiración de todos los santafesinos. Una vez terminado el desfile, la Asociación de Amigos de Calle San Martín –que organizaba el evento– entregaba un premio recordatorio a la escuela ganadora. “Más allá de que ganamos todos los años, no nos importaba el premio. El festejo era juntarnos en la puerta de la escuela para hacer lío, y no tener clases al otro día. Nuestro premio era no tener clases”, finaliza Basílico.
Á‚¿Se podría reeditar?
Nadie puede saber a ciencia cierta que pasaría si La Farándula se reeditara. Seguramente tendría características distintas, porque los años pasaron y muchos cosas cambiaron radicalmente.Por ahora, lamentablemente, La Farándula permanece en el recuerdo de todos, pero se debe rescatar estos acontecimientos que en el pasado hicieron felices o destacaron a una generación, por su decisión, por su voluntad, por su compañerismo y solidaridad, por el entusiasmo puesto en el trabajo y porque hoy, gracias a ellos, podemos recordar un acontecimiento único. Tal vez –Á‚¿porque no?–, podría pensarse en recuperar aquellos días en que Santa Fe, al menos una vez al año, era de los jóvenes. Era una ciudad de todos y para todos.