Entrevista
Científicos argentinos: el reconocimiento en tiempos de crisis
Lunes 15 de abril de 2002
En tiempos difíciles, los científicos argentinos comparten sinsabores, pero también algunos triunfos. Instituciones de todo el mundo distinguen su trabajo con prestigiosos premios. Lentamente, la sociedad argentina empieza a valorar sus logros.
A lo largo de sus más de 80 años de vida, la Universidad Nacional del Litoral ha sido el ambiente académico propicio para la formación de destacados científicos en diversas disciplinas. En la actualidad, numerosos investigadores de la casa de altos estudios han sido premiados por organismos nacionales e internacionales, universidades e incluso entes privados, como así también, muchos de ellos fueron distinguidos con la respuesta de la gente y la recepción de sus trabajos en la sociedad. En todos los casos, el reconocimiento avala sus continuos esfuerzos en una profesión que, en la Argentina, se torna cada día más complicada.
La Ingeniera en Recursos Hídricos Leticia Rodríguez, integrante de un proyecto de investigación sobre modelación matemática de sistemas de aguas subterráneas y su interrelación con aguas superficiales afirma que “recorrimos 9.000 kilómetros en la provincia y tuvimos siempre una respuesta muy positiva de parte de la gente, que ve de muy buen grado que la universidad se acerque a ellos”. El trabajo del equipo consiste en establecer una red de medición para saber a qué profundidad se encuentra el agua subterránea, tarea que por múltiples razones no realizan los organismos gubernamentales que deberían estar a cargo del tema. Para la investigación es inevitable la visita constante a comunas, comités de cuenca, productores y hasta escuelas agrotécnicas, lo cual provoca un contacto directo y constante con las personas. “La gente mira a la universidad con respeto, lo cual es muy positivo, pero nos pone una responsabilidad por delante: no defraudarlos. Más allá del reconocimiento de nuestros pares, esto también debe servir para algo”, comenta Rodríguez, quien también acusa haber finalizado una maestría y un doctorado en la Universidad de Arizona, en Estados Unidos.
Pero el reconocimiento social no siempre resulta tarea fácil.
“En un escenario mundial signado por una cultura que incorpora de manera compulsiva nuevos inventos tecnológicos pero desconoce absolutamente su funcionamiento, el problema del reconocimiento social de temas científicos es universal”, no duda en afirmar Aimar. “Mientras el saber científico en general se concentra en producir buenas cosas, decrece la cultura matemática. Y en países como el nuestro se suma el problema de que aumenta el número de iletrados: si la gente no sabe leer y escribir, menos va a saber sumar y restar”, asegura, al tiempo que ejemplifica: “La gente usa celulares, pero desconoce su funcionamiento y eso propicia una incultura científica. Mientras los descubrimientos aumentan a nivel mundial, la ciencia toma cada vez más distancia de la sociedad que la sustenta y la usa”, tendencia que –entiende– se acentuó enormemente en la Argentina de los últimos 10 años.
Para Aimar, “los científicos todavía tenemos un gran reconocimiento social. De todos modos, en la calle te encontrás con gente a la que ni siquiera le interesa qué pasa en el INTEC”.
Macor es historiador egresado de la Facultad de Humanidades de la UNL, donde ahora se desempeña como docente titular. Dedicado al estudio de la historia política argentina, actualmente se encuentra trabajando en un proyecto de investigación sobre la sociabilidad política en la primera mitad del siglo XX en la provincia de Santa Fe. Desde hace 10 años edita la revista “Estudios Sociales”, escrita por un consejo de redacción de trascendentes personalidades provenientes de distintas universidades nacionales. Esto le valió el aplauso de sus colegas, aun provenientes de otras disciplinas. “En algunos sectores de la sociedad ven más justificación a algunas ciencias que a otras; pero un verdadero investigador de las ciencias duras no tiene ese problema. Cuando uno pasa cierto umbral de reconocimiento, la mirada de los pares cambia totalmente”, asegura.
Por su parte, el proyecto que dirige la Prof. Rodríguez junto a otros investigadores, consiguió ser financiado por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, lo cual les permitió trabajar “cómodamente” durante este tiempo. “Pero ahora todo se ha resentido; esta crisis va a provocar un atraso muy grande en cuanto a lo tecnológico”, situación que diferencia claramente con lo que sucede en el exterior, de donde decidió volver por opciones personales. “Afuera hay mucho estímulo para los investigadores; acá todo cuesta el triple de esfuerzo y uno desgasta mucha energía en cosas que no debería. No faltan recursos humanos, pero el problema es que no tenemos qué ofrecerles. Afuera el que trabaja es recompensado por subsidios y financiamientos de todo tipo, incluso privados”, diferencia.
La posibilidad de que empresas financien determinadas investigaciones se aleja cuando se trata de ciencias sociales. “En el caso de la historia los subsidios son por lo general estatales; cuando no lo son, están destinados a temas muy específicos que generalmente sólo les interesa a los inversores. Los empresarios argentinos ni siquiera se preguntan para qué sirve estudiar historia”, dice Macor, quien agrega que “la cuestión cambia radicalmente cuando se trata de una carrera derivada de las ciencias duras y con directa relación con la técnica y la ingeniería”.
La Ingeniera en Recursos Hídricos Leticia Rodríguez, integrante de un proyecto de investigación sobre modelación matemática de sistemas de aguas subterráneas y su interrelación con aguas superficiales afirma que “recorrimos 9.000 kilómetros en la provincia y tuvimos siempre una respuesta muy positiva de parte de la gente, que ve de muy buen grado que la universidad se acerque a ellos”. El trabajo del equipo consiste en establecer una red de medición para saber a qué profundidad se encuentra el agua subterránea, tarea que por múltiples razones no realizan los organismos gubernamentales que deberían estar a cargo del tema. Para la investigación es inevitable la visita constante a comunas, comités de cuenca, productores y hasta escuelas agrotécnicas, lo cual provoca un contacto directo y constante con las personas. “La gente mira a la universidad con respeto, lo cual es muy positivo, pero nos pone una responsabilidad por delante: no defraudarlos. Más allá del reconocimiento de nuestros pares, esto también debe servir para algo”, comenta Rodríguez, quien también acusa haber finalizado una maestría y un doctorado en la Universidad de Arizona, en Estados Unidos.
Pero el reconocimiento social no siempre resulta tarea fácil.
Cómo lograr el interés por la tecnología
Hugo Aimar es Licenciado en Matemática, se doctoró a través de una beca en el Conicet y luego completó un posdoctorado en el extranjero, conocimientos que aplica constantemente en los proyectos de investigación que dirige, gracias a uno de los cuales recibió el año pasado el premio Antonio Monteiro, otorgado por la Academia Nacional de Ciencias Exactas.“En un escenario mundial signado por una cultura que incorpora de manera compulsiva nuevos inventos tecnológicos pero desconoce absolutamente su funcionamiento, el problema del reconocimiento social de temas científicos es universal”, no duda en afirmar Aimar. “Mientras el saber científico en general se concentra en producir buenas cosas, decrece la cultura matemática. Y en países como el nuestro se suma el problema de que aumenta el número de iletrados: si la gente no sabe leer y escribir, menos va a saber sumar y restar”, asegura, al tiempo que ejemplifica: “La gente usa celulares, pero desconoce su funcionamiento y eso propicia una incultura científica. Mientras los descubrimientos aumentan a nivel mundial, la ciencia toma cada vez más distancia de la sociedad que la sustenta y la usa”, tendencia que –entiende– se acentuó enormemente en la Argentina de los últimos 10 años.
Para Aimar, “los científicos todavía tenemos un gran reconocimiento social. De todos modos, en la calle te encontrás con gente a la que ni siquiera le interesa qué pasa en el INTEC”.
El problema de las ciencias sociales
“Todo el mundo cree que sabe algo de historia, y esa es una ventaja y una desventaja”, considera el profesor Darío Macor al referirse al reconocimiento social que obtienen sus proyectos de investigación. “Es ambiguo. Creo que la historia siempre tuvo problemas de reconocimiento. En cualquier otra disciplina es raro que alguien diga que sabe lo que no sabe; en historia todo el mundo sabe algo. Y esto sirve para que lo que uno hace pueda resultar de mayor interés, pero no se trata de un reconocimiento como investigador, sino por la provisión de un saber que se le reconoce a cualquiera”, añade.Macor es historiador egresado de la Facultad de Humanidades de la UNL, donde ahora se desempeña como docente titular. Dedicado al estudio de la historia política argentina, actualmente se encuentra trabajando en un proyecto de investigación sobre la sociabilidad política en la primera mitad del siglo XX en la provincia de Santa Fe. Desde hace 10 años edita la revista “Estudios Sociales”, escrita por un consejo de redacción de trascendentes personalidades provenientes de distintas universidades nacionales. Esto le valió el aplauso de sus colegas, aun provenientes de otras disciplinas. “En algunos sectores de la sociedad ven más justificación a algunas ciencias que a otras; pero un verdadero investigador de las ciencias duras no tiene ese problema. Cuando uno pasa cierto umbral de reconocimiento, la mirada de los pares cambia totalmente”, asegura.
El problema del financiamiento
“El momento actual es malísimo”, afirma terminantemente Aimar. “Si bien tenemos los proyectos aprobados no sabemos cuándo vamos a cobrar. Académicamente estamos bien evaluados, pero financieramente estamos esperando”, agrega.Por su parte, el proyecto que dirige la Prof. Rodríguez junto a otros investigadores, consiguió ser financiado por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, lo cual les permitió trabajar “cómodamente” durante este tiempo. “Pero ahora todo se ha resentido; esta crisis va a provocar un atraso muy grande en cuanto a lo tecnológico”, situación que diferencia claramente con lo que sucede en el exterior, de donde decidió volver por opciones personales. “Afuera hay mucho estímulo para los investigadores; acá todo cuesta el triple de esfuerzo y uno desgasta mucha energía en cosas que no debería. No faltan recursos humanos, pero el problema es que no tenemos qué ofrecerles. Afuera el que trabaja es recompensado por subsidios y financiamientos de todo tipo, incluso privados”, diferencia.
La posibilidad de que empresas financien determinadas investigaciones se aleja cuando se trata de ciencias sociales. “En el caso de la historia los subsidios son por lo general estatales; cuando no lo son, están destinados a temas muy específicos que generalmente sólo les interesa a los inversores. Los empresarios argentinos ni siquiera se preguntan para qué sirve estudiar historia”, dice Macor, quien agrega que “la cuestión cambia radicalmente cuando se trata de una carrera derivada de las ciencias duras y con directa relación con la técnica y la ingeniería”.