26Á‚° Aniversario
Para que nunca más
Lunes 25 de marzo de 2002
A más de dos décadas del Golpe Militar de 1976 redundan las reflexiones, pero nada es suficiente a la hora de rescatar nuestra memoria del olvido. Las experiencias y preguntas acerca de esta época negra para la historia argentina se adaptan a nuestro presente:
“Se comunica a la población que, a partir de la fecha, el país se encuentra bajo el control operacional de la Junta de Comandantes Generales de las Fuerzas Armadas. Se recomienda a todos los habitantes el estricto acatamiento a las disposiciones y directivas que emanen de autoridad militar, de seguridad o policial, así como extremar el cuidado en evitar acciones y actitudes individuales o de grupo que puedan exigir la intervención drástica del personal en operaciones”. El “día de la fecha” fue el 24 de marzo de 1976, y éste fue el primer comunicado de una larga lista, hasta que la dictadura dio lugar a la democracia en 1983.
A la recordada ida de Isabel Perón le siguió la asunción al poder por parte de la Junta de Comandantes, que designó como presidente de facto a Jorge Rafael Videla. Enseguida, el nuevo gobierno tomó las medidas previsibles: disolución del Congreso, gremios y partidos políticos, destitución de la Corte Suprema de Justicia, intervención de las Universidad Nacionales, de la CGT y de la Confederación General Económica, y persecución y represión “con pena de reclusión al que por cualquier medio difundiera, divulgare o propagara comunicados o imágenes con el propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar la actividad de las Fuerzas Armadas de seguridad o policiales”, según lo indicó textualmente el comunicado número 19.
Comenzaba el denominado Proceso de Reorganización Nacional.
Así lo recordó Hugo Kofman, docente de Física en la mencionada facultad: “Ingeniería Química fue una facultad que tuvo cierto perfil político durante la década del 70’ y parte del 60’, y siempre se caracterizó por tener un estudiantado y un sector docente muy combativo. Por eso la represión fue muy fuerte. Hubo muchos desaparecidos, pero no fue el único lugar: en el Instituto del Profesorado, en Ciencias Económicas, en Ciencias Jurídicas, también hubo desapariciones, pero siempre el número fue superado por Química, tanto en la última etapa del gobierno de Isabel como durante la dictadura”. Estos nombres se recuerdan en una placa que todavía brilla en el denominado “Octógono”, en la planta baja del edificio de calle Santiago del Estero, a manera de recordatorio permanente.
Kofman es docente de la institución desde 1974, cuando accedió a su primer cargo como ayudante de cátedra. Fue cesanteado en 1982 y reincorporado con la vuelta de la democracia, debido a su militancia en agrupaciones de derechos humanos, a las que concurrió desde que su hermano desapareció, en junio de 1975, a manos del gobierno militar: Familiares de Detenidos y Desaparecidos y la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos.
“Mi hermano desapareció en 1975. Fue secuestrado en una parada de un viaje que hizo desde Tucumán a Córdoba. Lo rastreamos por testimonios de testigos, que incluso contaron que estuvo alojado en la cárcel de Villa Urquiza, en un pabellón que se había hecho aparte para presos no legalizados; después estuvo en La Escuelita”, dice, para referirse al tristemente conocido centro de detención clandestino ubicado en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires. “Algunos de los que estuvieron presos en esos lugares fueron liberados, y testimoniaron sobre el caso de mi hermano. Después no hubo más noticias de él, y suponemos que está muerto”, recuerda.
Fueron tan duros golpes los que llevaron a su madre a ser una más de las que todas las semanas daban vueltas en la plaza que enfrenta a la Casa Rosada, en Capital Federal, reclamando silenciosamente por la vida de sus hijos: las Madres de Plaza de Mayo.
“La desaparición de personas es más cruel que la muerte, porque te dejan la incertidumbre: por un lado, está la idea de muerte, y por otro tenés la esperanza de encontrarlos con vida”, manifestó.
“Ahora nos referimos a otros derechos, como inseguridad, o extrema pobreza”, indicó. Chicos con hambre y sin posibilidades de acceder a una educación digna, personas sin techo, índices de mortalidad que trepan a cifras alarmantes, forman parte del escenario que el país muestra cada día. Y son derechos humanos. “En este tema hay un desconocimiento muy grande; muchos no reconocen derechos humanos como la discriminación, el racismo, la tortura, todos contemplados en la Constitución desde la última reforma” en 1994, manifestó Molina.
El desconocimiento de los derechos del hombre anula la posibilidad de reclamar por su incumplimiento y la docente apuesta a la educación como única herramienta para revertir la situación: “El rol principal está en la educación; es el lugar para conocer, ejercer y hacer valer los derechos”, consideró, y añadió que es la universidad el ámbito desde donde se puede apuntalar esa tarea.
“Creo que desde la universidad se deben dar muchas acciones: una es el proyecto de alfabetización legal, que tiene el objetivo de dar a conocer los derechos y cómo se ejercen; otras son los proyectos de investigación, de extensión y las propias cátedras, desde donde se intenta romper esta distancia entre lo escrito y lo que sucede realmente. La Facultad de Ciencias Jurídicas, por ejemplo, incorporó los derechos humanos como materia. Lo que nos puede hacer crecer y nos iguala tiene que ver con la educación”, indicó.
No deja de pesar, para el cumplimiento fiel de nuestros derechos, la endeble respuesta que se da desde organismos estatales que otrora contaban con la confianza de la gente y que se encuentran deslegitimados: “La Justicia está desdibujada desde muchos lugares: hasta no hace mucho tiempo la gente buscaba ahí resolver sus conflictos, y hoy la mayoría entiende que no encuentran ahí la solución. Por otro lado, aunque esto se revirtiera, la Justicia no atiende estas cuestiones, por problemas presupuestarios y hasta a veces ideológicos. Generalmente hay pocos Tribunales y muchas causas, pocos defensores gratuitos o pocos lugares de defensa gratuita para los ciudadanos”, explicó Molina, y agregó: “Hay tres cosas que son conjuntas: democracia, desarrollo y derechos humanos. En tanto y en cuanto estos conceptos no sean interdependientes, es muy complicado, porque podemos tener democracia pero sin desarrollo ni respeto a los derechos humanos”.
Hugo Kofman prefiere separar las aguas y definir los contextos políticos que enmarcaron las generaciones del 60’ y 70’ y la época que toca vivir a los jóvenes de hoy. “En los 70’ prácticamente nadie creía en la posibilidad de una democracia estable, porque los golpes de Estado eran casi habituales. La idea de la democracia permanente no existía y el poder pasaba fundamentalmente por las Fuerzas Armadas; por eso un sector muy amplio de personas pensó en la disputa del poder armado, porque quienes ejercían el poder lo hacían de manera armada”, recordó y añadió: “Hoy es muy distinto. Antes discutíamos si el país era una colonia o una semicolonia; hoy hay menos participación en el plano político. Hasta en los 80’ hubo mucha más participación que ahora: había juventudes políticas en todos los partidos, y las manifestaciones eran multitudinarias. Todo eso desapareció, y creo que fundamentalmente ocurre porque los jóvenes están defraudados con la dirigencia política, después de traiciones y claudicaciones continuas”.
Pero para Kofman la memoria existe, no sólo en los libros de texto o en Internet, sino en el contacto con los demás, en la cotidianeidad: “Hoy por hoy, hay momentos en la facultad en los que se ven las asambleas estudiantiles, se ve la fuerza de los estudiantes, y da la impresión de que quedó algo de aquella lucha, no sé si en las paredes, en el ambiente, o en el espíritu de la Facultad de Ingeniería Química”.
Y vale la pena recordarlo. Aunque más no sea con un pequeño paseo por lugares que fueron tan claves como éste, o siguiendo de a uno los nombres que la placa de bronce del “Octógono” inmortalizó para siempre precedidos por esta frase: “Mantengamos viva nuestra memoria”. Para que nunca más.
A la recordada ida de Isabel Perón le siguió la asunción al poder por parte de la Junta de Comandantes, que designó como presidente de facto a Jorge Rafael Videla. Enseguida, el nuevo gobierno tomó las medidas previsibles: disolución del Congreso, gremios y partidos políticos, destitución de la Corte Suprema de Justicia, intervención de las Universidad Nacionales, de la CGT y de la Confederación General Económica, y persecución y represión “con pena de reclusión al que por cualquier medio difundiera, divulgare o propagara comunicados o imágenes con el propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar la actividad de las Fuerzas Armadas de seguridad o policiales”, según lo indicó textualmente el comunicado número 19.
Comenzaba el denominado Proceso de Reorganización Nacional.
Qué vivió la universidad
Algunas facultades de la Universidad Nacional del Litoral vivieron con más crudeza las consecuencias más nefastas de esta parte de la historia. En este sentido, Ingeniería Química fue una de las que contó con más desapariciones de personas, en un contexto que no escapaba al resto de las unidades académicas del país.Así lo recordó Hugo Kofman, docente de Física en la mencionada facultad: “Ingeniería Química fue una facultad que tuvo cierto perfil político durante la década del 70’ y parte del 60’, y siempre se caracterizó por tener un estudiantado y un sector docente muy combativo. Por eso la represión fue muy fuerte. Hubo muchos desaparecidos, pero no fue el único lugar: en el Instituto del Profesorado, en Ciencias Económicas, en Ciencias Jurídicas, también hubo desapariciones, pero siempre el número fue superado por Química, tanto en la última etapa del gobierno de Isabel como durante la dictadura”. Estos nombres se recuerdan en una placa que todavía brilla en el denominado “Octógono”, en la planta baja del edificio de calle Santiago del Estero, a manera de recordatorio permanente.
Kofman es docente de la institución desde 1974, cuando accedió a su primer cargo como ayudante de cátedra. Fue cesanteado en 1982 y reincorporado con la vuelta de la democracia, debido a su militancia en agrupaciones de derechos humanos, a las que concurrió desde que su hermano desapareció, en junio de 1975, a manos del gobierno militar: Familiares de Detenidos y Desaparecidos y la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos.
“Mi hermano desapareció en 1975. Fue secuestrado en una parada de un viaje que hizo desde Tucumán a Córdoba. Lo rastreamos por testimonios de testigos, que incluso contaron que estuvo alojado en la cárcel de Villa Urquiza, en un pabellón que se había hecho aparte para presos no legalizados; después estuvo en La Escuelita”, dice, para referirse al tristemente conocido centro de detención clandestino ubicado en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires. “Algunos de los que estuvieron presos en esos lugares fueron liberados, y testimoniaron sobre el caso de mi hermano. Después no hubo más noticias de él, y suponemos que está muerto”, recuerda.
Fueron tan duros golpes los que llevaron a su madre a ser una más de las que todas las semanas daban vueltas en la plaza que enfrenta a la Casa Rosada, en Capital Federal, reclamando silenciosamente por la vida de sus hijos: las Madres de Plaza de Mayo.
“La desaparición de personas es más cruel que la muerte, porque te dejan la incertidumbre: por un lado, está la idea de muerte, y por otro tenés la esperanza de encontrarlos con vida”, manifestó.
El derecho de la vida
La violación de los derechos humanos durante el proceso se evidenció desde muchos lugares, pero principalmente desde “el primer derecho humano: el derecho a la vida”, según consideró la profesora Adriana Molina, actualmente a cargo de la cátedra “Derecho Constitucional” en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la UNL e integrante de la “Cátedra abierta contra todas las formas de discriminación”.“Ahora nos referimos a otros derechos, como inseguridad, o extrema pobreza”, indicó. Chicos con hambre y sin posibilidades de acceder a una educación digna, personas sin techo, índices de mortalidad que trepan a cifras alarmantes, forman parte del escenario que el país muestra cada día. Y son derechos humanos. “En este tema hay un desconocimiento muy grande; muchos no reconocen derechos humanos como la discriminación, el racismo, la tortura, todos contemplados en la Constitución desde la última reforma” en 1994, manifestó Molina.
El desconocimiento de los derechos del hombre anula la posibilidad de reclamar por su incumplimiento y la docente apuesta a la educación como única herramienta para revertir la situación: “El rol principal está en la educación; es el lugar para conocer, ejercer y hacer valer los derechos”, consideró, y añadió que es la universidad el ámbito desde donde se puede apuntalar esa tarea.
“Creo que desde la universidad se deben dar muchas acciones: una es el proyecto de alfabetización legal, que tiene el objetivo de dar a conocer los derechos y cómo se ejercen; otras son los proyectos de investigación, de extensión y las propias cátedras, desde donde se intenta romper esta distancia entre lo escrito y lo que sucede realmente. La Facultad de Ciencias Jurídicas, por ejemplo, incorporó los derechos humanos como materia. Lo que nos puede hacer crecer y nos iguala tiene que ver con la educación”, indicó.
No deja de pesar, para el cumplimiento fiel de nuestros derechos, la endeble respuesta que se da desde organismos estatales que otrora contaban con la confianza de la gente y que se encuentran deslegitimados: “La Justicia está desdibujada desde muchos lugares: hasta no hace mucho tiempo la gente buscaba ahí resolver sus conflictos, y hoy la mayoría entiende que no encuentran ahí la solución. Por otro lado, aunque esto se revirtiera, la Justicia no atiende estas cuestiones, por problemas presupuestarios y hasta a veces ideológicos. Generalmente hay pocos Tribunales y muchas causas, pocos defensores gratuitos o pocos lugares de defensa gratuita para los ciudadanos”, explicó Molina, y agregó: “Hay tres cosas que son conjuntas: democracia, desarrollo y derechos humanos. En tanto y en cuanto estos conceptos no sean interdependientes, es muy complicado, porque podemos tener democracia pero sin desarrollo ni respeto a los derechos humanos”.
Las paredes que hablan
“Creo que las nuevas generaciones no tienen memoria conciente”, afirmó sin dudar Adriana Molina, docente desde 1984 en la Facultad de Ciencias Jurídicas. “Tienen una idea de la violación a los derechos humanos, de que la democracia comenzó en 1983, algunos escucharon hablar de desaparecidos y saben de las Madres de Plaza de Mayo, pero no tienen memoria conciente; sólo fijaron datos que forman parte de la historia, pero no en el contexto de lo que esto significó para nuestro país”, afirmó, algo que está segura ha variado desde hace diez años a esta parte: “Antes, el trabajo en algunas escuelas del libro Nunca más, o la experiencia de algún familiar o amigo que tuvieron algo que ver en ese momento, hicieron que tomaran más conciencia”.Hugo Kofman prefiere separar las aguas y definir los contextos políticos que enmarcaron las generaciones del 60’ y 70’ y la época que toca vivir a los jóvenes de hoy. “En los 70’ prácticamente nadie creía en la posibilidad de una democracia estable, porque los golpes de Estado eran casi habituales. La idea de la democracia permanente no existía y el poder pasaba fundamentalmente por las Fuerzas Armadas; por eso un sector muy amplio de personas pensó en la disputa del poder armado, porque quienes ejercían el poder lo hacían de manera armada”, recordó y añadió: “Hoy es muy distinto. Antes discutíamos si el país era una colonia o una semicolonia; hoy hay menos participación en el plano político. Hasta en los 80’ hubo mucha más participación que ahora: había juventudes políticas en todos los partidos, y las manifestaciones eran multitudinarias. Todo eso desapareció, y creo que fundamentalmente ocurre porque los jóvenes están defraudados con la dirigencia política, después de traiciones y claudicaciones continuas”.
Pero para Kofman la memoria existe, no sólo en los libros de texto o en Internet, sino en el contacto con los demás, en la cotidianeidad: “Hoy por hoy, hay momentos en la facultad en los que se ven las asambleas estudiantiles, se ve la fuerza de los estudiantes, y da la impresión de que quedó algo de aquella lucha, no sé si en las paredes, en el ambiente, o en el espíritu de la Facultad de Ingeniería Química”.
Y vale la pena recordarlo. Aunque más no sea con un pequeño paseo por lugares que fueron tan claves como éste, o siguiendo de a uno los nombres que la placa de bronce del “Octógono” inmortalizó para siempre precedidos por esta frase: “Mantengamos viva nuestra memoria”. Para que nunca más.