Café Científico

La ingeniería santafesina en el sueño nuclear argentino

Viernes 12 de junio de 2015 / Actualizado el viernes 12 de junio de 2015

En el marco del 40º Aniversario del INTEC, Ramón Cerro, uno de los integrantes del equipo fundador del instituto, compartió la historia del sueño del desarrollo tecnológico con el proyecto de agua pesada.

Agua más densa, más viscosa y con propiedades particulares es uno de los insumos necesarios para el funcionamiento de reactores nucleares que utilizan uranio natural, como los argentinos. La producción de agua pesada, como se la conoce por tener un peso molecular mayor al clásico H2O, representaba un desafío tecnológico para la ingeniería argentina.

En una nueva edición del ciclo de cafés científicos, Ramón Cerro compartió la historia de este desarrollo que cruza aspectos de ciencia e ingeniería con políticas y contextos nacionales y locales. El café se realizó en la tarde de ayer jueves en Chopería Santa Fe. La tradición actividad es organizada por la Secretaría de Estado de Ciencia, Tecnología e Innovación de la provincia junto con la UNL, la Universidad Tecnológica Nacional, la Universidad Católica de Santa Fe y el Centro Científico Tecnológico Santa Fe del CONICET.

Más que agua

La tecnología nuclear adoptada por Argentina implica el uso de uranio natural, a diferencia de Estados Unidos o Francia que optaron por el uso de uranio enriquecido. En los reactores como ATUCHA, el agua pesada se utiliza como moderadora, regulando la transmisión de calor generado en el reactor a agua convencional para la generación de vapor y con él, energía eléctrica.

A mediados de la década de 1970 la Comisión Nacional de Energía Atómica se encontraba en la búsqueda de un equipo en Argentina para el desarrollo de un proceso de producción de agua pesada. El incipiente grupo liderado por Alberto Cassano, orientado al desarrollo y la formación de posgrado de recursos humanos en ingeniería, aceptó el desafío.

Cerro contó que el recién creado INTEC firmó un convenio con la CNEA para realizar el desarrollo experimental. Comenzaron así tres años de trabajo intenso que culminaron con la presentación de la carpeta de ingeniería básica que se utilizó para la licitación de la obra. A lo largo de esos años se fue modificó el objetivo, por ejemplo, que inicialmente era de de dos toneladas anuales de agua pesada y se multiplicó hasta llegar a 20 toneladas anuales. 

“Empezamos a trabajar con simuladores de procesos como el Ancestro en 1976. El problema era que no teníamos una computadora y sólo podíamos usar la del centro de cómputos de Buenos Aires por la noche. Entonces, algunos investigadores debieron vivir allí, en un hotel, trabajando de noche y durmiendo de día”, recordó Cerro.

El final de la epopeya

La historia del INTEC, del proyecto e incluso la creación del INGAR en 1980 no pueden entenderse aisladamente del contexto político, económico y social que atravesaba el país. Para 1983 ya se encontraba ejecutado alrededor del 90% de la obra. “La planta estaba prácticamente construida, las instalaciones, los grandes equipos, el sistema de tratamiento de agua, de residuos estaban allí. Luego se demoró la construcción y finalmente se canceló”, explicó.

“La conclusión de esta historia es que se puede hacer desarrollo tecnológico con una buena organización y gente formada al mejor nivel, y de hecho la tenemos en todas partes del mundo”, subrayó Cerro. “Lo haríamos de nuevo”, concluyó.

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