Ciencia y Técnica UNL
Por lo memoria de Bernardo Houssay
Lunes 14 de abril de 2003
El 10 de abril se celebró el Día del Científico, en homenaje a uno de los más grandes pensadores que dio la Argentina y ganador del primer premio Nobel que recibió América Latina. Su dedicación pese a las adversidades se reproduce en el trabajo de más de 1.00
Bernardo Houssay nació en la ciudad de Buenos Aires el 10 de abril de 1887, en un hogar de franceses radicados en el barrio de Almagro. Su padre llegó desde Francia al Río de la Plata con títulos de abogado y doctor en Filosofía: Houssay demostró haber heredado su inteligencia, y desde muy pequeño se aficionó a la lectura de manera que no dedicaba casi tiempo a los juegos infantiles.
Tras un paso casi meteórico por la escuela –a los 13 años obtuvo el título de bachiller- se recibió de médico a los 23 y dedicó su vida a la docencia y la investigación, lo que le valió el Premio Nobel de Medicina en 1947 y su cargo como primer presidente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, en el que desempeñó hasta su muerte.
Hoy, a 32 años de su desaparición física, más de 1.000 científicos siguen su abnegada labor en distintas áreas del conocimiento en la Universidad Nacional del Litoral (UNL), reivindicando una de las profesiones más necesarias para el crecimiento de los pueblos: el investigador científico. “El científico tiene la función social de entender la realidad, volverla inteligible para la sociedad y crear innovaciones que tiendan a mejorar el nivel de vida de la comunidad”, indicó el secretario de Ciencia y Técnica de la UNL, Ing. Julio C. Theiler, destacando en este sentido el lugar preponderante que tienen las casas de altos estudios en la generación de dicho conocimiento y, por ende, en la prosperidad de las naciones.
Actualmente, son 350 los proyectos de investigación que se ejecutan en la UNL, y 1.098 los docentes que aportan al crecimiento institucional –y de la región- a partir del desarrollo de sus trabajos.
Del total, son 252 los investigadores que trabajan en la Facultad de Ingeniería Química, a la que le sigue de cerca la Facultad de Bioquímica y Ciencias Biológicas, donde se desempeñan 203 científicos. El resto se distribuye de la siguiente manera: Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo, 140; Facultad de Humanidades y Ciencias, 112; Facultad de Ciencias Hídricas, 77; Facultad de Ciencias Agrarias, 75; Facultad de Ciencias Veterinarias, 71; Facultad de Ciencias Económicas, 67; Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, 67; y el INTEC, 34.
“La tarea del investigador no es reconocida en la Argentina, y buena parte de los problemas de nuestro país tienen que ver con la falta de valoración de aquellas tareas que tienden a mejorar a la sociedad en su conjunto”, indicó Theiler. “Esto lleva –continuó- a que la actividad científica no tenga una implicancia directa en la calidad de vida de los argentinos y, si la tiene, no obedece a una política de Estado sino a situaciones coyunturales o individuales”.
La escasa inversión que el Estado argentino realiza en ciencia y técnica “también es muy baja en el sector industrial”, según afirmó el funcionario. “Somos un país que exporta cereales, aceites, petróleo crudo, pero muy poco valor agregado en esos productos: en promedio mundial, un 23 por ciento de las exportaciones de los países corresponden a productos de alta tecnología o con alto valor agregado. Y mientras Brasil tiene un 15 y México un 23, Argentina araña apenas un 8 por ciento de productos de alto valor agregado sobre el total que exporta, lo que evidencia un país empobrecido”.
“Si esto se quiere revertir –opina Theiler- no existe otro camino que apostar al desarrollo científico tecnológico que incorpore valor agregado a los productos.
A este ritmo terminó la escuela primaria con sólo 9 años de edad y a los 13 había logrado el diploma de bachiller. En el año 1901 se inscribió en la escuela de Farmacia -entonces formaba parte de la Facultad de Ciencias Médicas-, y con 14 años recién cumplidos era el alumno de mayores calificaciones. Una vez recibido de farmacéutico inició sus estudios de Medicina, graduándose con diploma de honor a los 23 años.
En 1911 expuso su tesis sobre las funciones de la hipófisis y expresó su convicción de que la clínica médica no podría avanzar si no se promovía la experimentación, pues la observación clínica sobre los fenómenos mórbidos (el viejo mandato de Hipócrates) ya había agotado todo su potencial. A partir de 1919, y luego de ganar el concurso como titular de la Cátedra de Fisiología de la Facultad de Ciencias Médicas, se transformó en jefe del Instituto de Fisiología, recién creado para la docencia e investigación científica.
Iniciada la década del 20, Houssay se concentró en un amplio abanico de cuestiones, que iban desde sus estudios puramente científicos (se centró en el funcionamiento de la glándula hipófisis y advirtió la relación entre la extracción de la hipófisis y la mayor sensibilidad a la insulina) hasta incursiones sistemáticas en el campo de la política universitaria.
En 1945 se publicó el tratado de fisiología humana bajo su coordinación, conocido como “la Fisiología de Houssay” y que fue traducido al inglés, francés, japonés, portugués, griego, italiano y otros idiomas. Obtuvo el Premio Nobel de Medicina en 1947.
Tras un paso casi meteórico por la escuela –a los 13 años obtuvo el título de bachiller- se recibió de médico a los 23 y dedicó su vida a la docencia y la investigación, lo que le valió el Premio Nobel de Medicina en 1947 y su cargo como primer presidente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, en el que desempeñó hasta su muerte.
Hoy, a 32 años de su desaparición física, más de 1.000 científicos siguen su abnegada labor en distintas áreas del conocimiento en la Universidad Nacional del Litoral (UNL), reivindicando una de las profesiones más necesarias para el crecimiento de los pueblos: el investigador científico. “El científico tiene la función social de entender la realidad, volverla inteligible para la sociedad y crear innovaciones que tiendan a mejorar el nivel de vida de la comunidad”, indicó el secretario de Ciencia y Técnica de la UNL, Ing. Julio C. Theiler, destacando en este sentido el lugar preponderante que tienen las casas de altos estudios en la generación de dicho conocimiento y, por ende, en la prosperidad de las naciones.
Actualmente, son 350 los proyectos de investigación que se ejecutan en la UNL, y 1.098 los docentes que aportan al crecimiento institucional –y de la región- a partir del desarrollo de sus trabajos.
Del total, son 252 los investigadores que trabajan en la Facultad de Ingeniería Química, a la que le sigue de cerca la Facultad de Bioquímica y Ciencias Biológicas, donde se desempeñan 203 científicos. El resto se distribuye de la siguiente manera: Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo, 140; Facultad de Humanidades y Ciencias, 112; Facultad de Ciencias Hídricas, 77; Facultad de Ciencias Agrarias, 75; Facultad de Ciencias Veterinarias, 71; Facultad de Ciencias Económicas, 67; Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, 67; y el INTEC, 34.
Falta de reconocimiento
En ese proceso de creación del conocimiento, el científico se encuentra con una difícil dicotomía: la misma sociedad que le demanda resultados, es la que le da la espalda a la hora de reconocer su tarea, lo que se plasma concretamente en la escasa porción de presupuesto asignado a la ciencia en nuestro país.“La tarea del investigador no es reconocida en la Argentina, y buena parte de los problemas de nuestro país tienen que ver con la falta de valoración de aquellas tareas que tienden a mejorar a la sociedad en su conjunto”, indicó Theiler. “Esto lleva –continuó- a que la actividad científica no tenga una implicancia directa en la calidad de vida de los argentinos y, si la tiene, no obedece a una política de Estado sino a situaciones coyunturales o individuales”.
La escasa inversión que el Estado argentino realiza en ciencia y técnica “también es muy baja en el sector industrial”, según afirmó el funcionario. “Somos un país que exporta cereales, aceites, petróleo crudo, pero muy poco valor agregado en esos productos: en promedio mundial, un 23 por ciento de las exportaciones de los países corresponden a productos de alta tecnología o con alto valor agregado. Y mientras Brasil tiene un 15 y México un 23, Argentina araña apenas un 8 por ciento de productos de alto valor agregado sobre el total que exporta, lo que evidencia un país empobrecido”.
“Si esto se quiere revertir –opina Theiler- no existe otro camino que apostar al desarrollo científico tecnológico que incorpore valor agregado a los productos.
Quién fue Houssay
Bernardo Houssay estudió los primeros dos grados de la enseñanza primaria con docentes privados. Ingresó a un colegio con la idea de cursar el tercer grado pero quince días después de haber iniciado las clases, por tener una preparación muy superior a la de sus compañeros, fue promovido a cuarto grado, y un mes después a quinto.A este ritmo terminó la escuela primaria con sólo 9 años de edad y a los 13 había logrado el diploma de bachiller. En el año 1901 se inscribió en la escuela de Farmacia -entonces formaba parte de la Facultad de Ciencias Médicas-, y con 14 años recién cumplidos era el alumno de mayores calificaciones. Una vez recibido de farmacéutico inició sus estudios de Medicina, graduándose con diploma de honor a los 23 años.
En 1911 expuso su tesis sobre las funciones de la hipófisis y expresó su convicción de que la clínica médica no podría avanzar si no se promovía la experimentación, pues la observación clínica sobre los fenómenos mórbidos (el viejo mandato de Hipócrates) ya había agotado todo su potencial. A partir de 1919, y luego de ganar el concurso como titular de la Cátedra de Fisiología de la Facultad de Ciencias Médicas, se transformó en jefe del Instituto de Fisiología, recién creado para la docencia e investigación científica.
Iniciada la década del 20, Houssay se concentró en un amplio abanico de cuestiones, que iban desde sus estudios puramente científicos (se centró en el funcionamiento de la glándula hipófisis y advirtió la relación entre la extracción de la hipófisis y la mayor sensibilidad a la insulina) hasta incursiones sistemáticas en el campo de la política universitaria.
En 1945 se publicó el tratado de fisiología humana bajo su coordinación, conocido como “la Fisiología de Houssay” y que fue traducido al inglés, francés, japonés, portugués, griego, italiano y otros idiomas. Obtuvo el Premio Nobel de Medicina en 1947.