Ciencia y Técnica UNL
Riesgos en el consumo de agua subterránea
Martes 10 de diciembre de 2002
Sin los tratamientos adecuados, es transmisora de parásitos. Según un estudio de la UNL, pueden ocasionar enfermedades intestinales. Existe un alto riesgo potencial de infección cuando se consume agua contaminada de origen subterráneo que sólo es clorada previ
Una de las causas más frecuentes de enfermedades entre los seres humanos, a nivel mundial, son las infecciones intestinales ocasionadas por parásitos, fácilmente adquiridos a través del contacto con sustancias contaminadas, y que se presentan con el síntoma de agudas diarreas, acompañadas en ocasiones por cólicos.
Las principales vías de contagio son los alimentos mal lavados, las manos sucias y el agua que habitualmente consumimos. Y mucho más si ese agua es de origen subterráneo y no ha recibido exhaustivos tratamientos que minimicen la presencia de los parásitos, según lo determinó un estudio realizado por docentes investigadores de la Universidad Nacional del Litoral (UNL).
Después de realizar un minucioso trabajo de campo en distintas zonas de la provincia de Santa Fe, los profesionales pudieron establecer la relación entre el consumo de agua obtenida de fuentes subterráneas, sólo desinfectada con cloro antes de ser utilizada, y la presencia de protozoos intestinales, teniendo en cuenta específicamente su incidencia en la salud de los más pequeños. Las conclusiones fueron contundentes: existe un alto riesgo potencial de infección con protozoos intestinales cuando se consume agua contaminada de origen subterráneo que sólo es clorada previo a su distribución.
La investigación se denominó “El agua subterránea como agente transmisor de protozoos intestinales” y fue realizada por la doctora en bioquímica María Cristina Lurá, bioquímica Beatriz de Abramovich, master Elena de Carrera, bioquímico Miguel Angel Haye e ingeniera Liliana Contini, todos docentes de la Facultad de Bioquímica y Ciencias Biológicas de la UNL. Participó además el doctor Daniel Beltramino, médico pediatra del Hospital Iturraspe, y un importante grupo de profesionales y estudiantes de bioquímica, integrantes del Departamento de Matemática de la Facultad de Bioquímica y Ciencias Biológicas de la UNL y profesionales del Hospital Iturraspe de Santa Fe.
El trabajo se financió con subsidios otorgados por la UNL (a través de un Curso de Acción para la Investigación y Desarrollo, denominado “Estudio de enteroparasitosis en la población infantil de la provincia de Santa Fe: rol del agua, de las verduras y frutas en su epidemiología”) y por el Ministerio de Salud de la provincia de Santa Fe, para el proyecto “Estudio de enteroparasitosis en la ciudad de Santa Fe. Su epidemiología. Rol del agua”. En octubre de este año, ganó el premio Dra. María Teresa Vallino, otorgado por la Sociedad Argentina de Pediatría, a la mejor publicación en los dos últimos años en la revista Archivos Argentinos de Pediatría .
La inquietud del equipo de profesionales partió de una realidad: al Hospital Iturraspe de nuestra ciudad llegaba un número cada vez mayor de cuadros infecciosos provocados por la transmisión de Entomoeba histolytica, uno de los protozoos más frecuentemente detectados en el país junto con Giardia Iamblia (intestinalis) y Cryptosporidium parvum.
Coincidentemente, las fichas de los pacientes determinaban que provenían de sectores de la ciudad abastecidos por agua potable proveniente de agua subterránea, fuente que se utiliza en vastas zonas de la provincia de Santa Fe.
“Primero, tratamos de localizar parásitos en las aguas; después, evaluamos si los niños que vivían en esas zonas eran portadores de dichos parásitos”, indicó la licenciada Carrera, responsable de la confección de la muestra que involucró a menores residentes en tres ciudades de la región centro-norte de la provincia abastecidas por redes subterráneas y elegidas por su representatividad respecto del conjunto.
”El agua superficial, turbia por los sedimentos que contiene, necesita un proceso previo de filtración para llegar a la desinfección. En cambio, gracias a un mecanismo natural de filtración a través del suelo, el agua subterránea es límpida y lo único que se realiza para su distribución en red es la cloración. Lo que ocurre con la cloración es que elimina las bacterias, pero no elimina a los parásitos, que son más resistentes”, concluyó Abramovich.
El estudio realizado determinó que agua subterránea analizada no cumplía con las condiciones sanitarias necesarias, que implican perforaciones convenientemente aisladas y alejadas de pozos negros, “que es lo que posiblemente contaminaba las napas”, según manifestaron.
Aunque no existe ningún tratamiento que anule absolutamente los riesgos de contraer los parásitos, sí es muy posible la opción de minimizarlos e impedir que la enfermedad afecte en tan altos porcentajes a la población. Para eso las profesionales hablan de utilizar “barreras múltiples”: no usar fuentes con contaminación fecal para el abastecimiento de agua; realizar nuevas perforaciones si se detectan filtraciones; y, si se descubre contaminación fecal en el agua, ésta debería someterse a un tratamiento de filtrado previo a la cloración.
Debido a que los quistes de protozoos (responsables de la transmisión) perduran largo tiempo en las manos y en el agua, el ama de casa debe extremar las medidas de higiene para evitar el contagio: limpiar bien las frutas y verduras; lavarse las manos después de manipular objetos que pueden estar contaminados por materia fecal; y hervir el agua si se sospecha que está contaminada con parásitos.
“El paciente que tiene Giardia elimina hasta 900 millones de quistes por día; la persona que tiene Entamoeba histolytica elimina 15 millones de quistes por día”, informó la bioquímica Cristina Lurá, y agregó que “estos quistes pueden vivir 15 minutos en una mano seca, más de 45 minutos en una uña, y hasta 6 meses en agua”, por lo que son indispensables los buenos hábitos de higiene en la familia.
Las principales vías de contagio son los alimentos mal lavados, las manos sucias y el agua que habitualmente consumimos. Y mucho más si ese agua es de origen subterráneo y no ha recibido exhaustivos tratamientos que minimicen la presencia de los parásitos, según lo determinó un estudio realizado por docentes investigadores de la Universidad Nacional del Litoral (UNL).
Después de realizar un minucioso trabajo de campo en distintas zonas de la provincia de Santa Fe, los profesionales pudieron establecer la relación entre el consumo de agua obtenida de fuentes subterráneas, sólo desinfectada con cloro antes de ser utilizada, y la presencia de protozoos intestinales, teniendo en cuenta específicamente su incidencia en la salud de los más pequeños. Las conclusiones fueron contundentes: existe un alto riesgo potencial de infección con protozoos intestinales cuando se consume agua contaminada de origen subterráneo que sólo es clorada previo a su distribución.
La investigación se denominó “El agua subterránea como agente transmisor de protozoos intestinales” y fue realizada por la doctora en bioquímica María Cristina Lurá, bioquímica Beatriz de Abramovich, master Elena de Carrera, bioquímico Miguel Angel Haye e ingeniera Liliana Contini, todos docentes de la Facultad de Bioquímica y Ciencias Biológicas de la UNL. Participó además el doctor Daniel Beltramino, médico pediatra del Hospital Iturraspe, y un importante grupo de profesionales y estudiantes de bioquímica, integrantes del Departamento de Matemática de la Facultad de Bioquímica y Ciencias Biológicas de la UNL y profesionales del Hospital Iturraspe de Santa Fe.
El trabajo se financió con subsidios otorgados por la UNL (a través de un Curso de Acción para la Investigación y Desarrollo, denominado “Estudio de enteroparasitosis en la población infantil de la provincia de Santa Fe: rol del agua, de las verduras y frutas en su epidemiología”) y por el Ministerio de Salud de la provincia de Santa Fe, para el proyecto “Estudio de enteroparasitosis en la ciudad de Santa Fe. Su epidemiología. Rol del agua”. En octubre de este año, ganó el premio Dra. María Teresa Vallino, otorgado por la Sociedad Argentina de Pediatría, a la mejor publicación en los dos últimos años en la revista Archivos Argentinos de Pediatría .
La inquietud del equipo de profesionales partió de una realidad: al Hospital Iturraspe de nuestra ciudad llegaba un número cada vez mayor de cuadros infecciosos provocados por la transmisión de Entomoeba histolytica, uno de los protozoos más frecuentemente detectados en el país junto con Giardia Iamblia (intestinalis) y Cryptosporidium parvum.
Coincidentemente, las fichas de los pacientes determinaban que provenían de sectores de la ciudad abastecidos por agua potable proveniente de agua subterránea, fuente que se utiliza en vastas zonas de la provincia de Santa Fe.
“Primero, tratamos de localizar parásitos en las aguas; después, evaluamos si los niños que vivían en esas zonas eran portadores de dichos parásitos”, indicó la licenciada Carrera, responsable de la confección de la muestra que involucró a menores residentes en tres ciudades de la región centro-norte de la provincia abastecidas por redes subterráneas y elegidas por su representatividad respecto del conjunto.
Las conclusiones
Comúnmente, el agua subterránea sólo recibe el tratamiento de la cloración previo a su distribución comunitaria, algo que elimina en gran medida las bacterias pero no los parásitos que ocasionan las habituales infecciones intestinales.”El agua superficial, turbia por los sedimentos que contiene, necesita un proceso previo de filtración para llegar a la desinfección. En cambio, gracias a un mecanismo natural de filtración a través del suelo, el agua subterránea es límpida y lo único que se realiza para su distribución en red es la cloración. Lo que ocurre con la cloración es que elimina las bacterias, pero no elimina a los parásitos, que son más resistentes”, concluyó Abramovich.
El estudio realizado determinó que agua subterránea analizada no cumplía con las condiciones sanitarias necesarias, que implican perforaciones convenientemente aisladas y alejadas de pozos negros, “que es lo que posiblemente contaminaba las napas”, según manifestaron.
Aunque no existe ningún tratamiento que anule absolutamente los riesgos de contraer los parásitos, sí es muy posible la opción de minimizarlos e impedir que la enfermedad afecte en tan altos porcentajes a la población. Para eso las profesionales hablan de utilizar “barreras múltiples”: no usar fuentes con contaminación fecal para el abastecimiento de agua; realizar nuevas perforaciones si se detectan filtraciones; y, si se descubre contaminación fecal en el agua, ésta debería someterse a un tratamiento de filtrado previo a la cloración.
La solución en casa
Los niños que mayormente demostraron haberse infectado con los parásitos –de acuerdo con el estudio- pertenecen a una población de condición social media, viven en casas de material, y toman agua de red, aunque de origen subterráneo. “El único problema que tenían desde el punto de vista sanitario –indicó Abramovich- puede ser la falta de cloacas; pero no es una enfermedad que se detecte exclusivamente en una población con necesidades básicas insatisfechas”.Debido a que los quistes de protozoos (responsables de la transmisión) perduran largo tiempo en las manos y en el agua, el ama de casa debe extremar las medidas de higiene para evitar el contagio: limpiar bien las frutas y verduras; lavarse las manos después de manipular objetos que pueden estar contaminados por materia fecal; y hervir el agua si se sospecha que está contaminada con parásitos.
“El paciente que tiene Giardia elimina hasta 900 millones de quistes por día; la persona que tiene Entamoeba histolytica elimina 15 millones de quistes por día”, informó la bioquímica Cristina Lurá, y agregó que “estos quistes pueden vivir 15 minutos en una mano seca, más de 45 minutos en una uña, y hasta 6 meses en agua”, por lo que son indispensables los buenos hábitos de higiene en la familia.